martes, 19 de abril de 2011

TORMENTA EN UNA TAZA DE TÉ

Subí a ese bus, colectivo, bondi como lo querás llamar, decía subí a ese bus sin mayores pretensiones que pagar  $1,400 (pesos colombianos) al conductor y que todo salga bien. Y si no me caí ni rodaron las monedas por el piso (lo que las pocas veces que subo a un bus, colectivo, bondi siempre me sucede). Nada más que un medio de transporte en silencio y a medio llenar. Me senté en un asiento vacío junto a la ventana y me puse a contemplar a la gente. ¿Alguna vez lo hiciste? ¡Notaste que cada uno está en su mundo? Unos miran el paisaje urbano y cada tanto mandan un mensaje con su celular, otros leen mientras escuchan música. Yo soy de las que hacen lo último (o imaginan la vida de cada uno de los pasajeros: ¿Qué hará cuando llegue a su destino? ¿Alguien lo estará esperando? ¿De dónde viene, a dónde va?). Pero las opciones son infinitas. Infinitas posibilidades también de subir a un bus con un conductor malhumorado; infinitas posibilidades que se caiga el dinero y... bueno... nunca más lo volviste a ver (y roga porque no se suba el cantante o el que pide dinero al pasajero); infinitas posibilidades de tener que viajar parada y caminar de mas; infinitas posibilidades... Pero, ¿Son infinitas, también, las posibilidades de encontrar a alguien como vos? ¿En serio? Porque vi cuando se abrieron las pertas mecánicas y entraste como un galán de novela, con tus lentes de sol, y tu metro setenta, irrandiando belleza... y esa sonrisa. Te sentaste lejos mio a leer, a matar el tiempo; supongo que viajabas a un lugar lejano. Al bajar la mirada se te caían los lentes de sol, y así pude maravillarme con lo que había tras ellos: unas luces café oscuro. Mucho tiempo no compartimos el ambiente, porque cuatro paradas después de tu subida, yo debía bajar. Mi destino era ese: bajar y olvidarme de una historia de amor de transporte público...

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